jueves, 2 de junio de 2022

"El Cazador de Tatuajes" de Juvenal Acosta

 

Alevosía

por Mariel Turrent

 

Tal vez la inocencia de una acción espontanea me hubiese salvado, pero mi pasado semiletrado me condenó a una acción ruin por premeditada —no en mi cabeza, sino en otra más preversa que la mía ”.

Y es que por fuerza eso nos sucede a todos los lectores que nos dejamos seducir por las ideas, palabras y experiencias creadas por otra mente. El lector se desdobla y entra en la dimensión de la ficción, poseído hace y deshace, imagina, siente. Sí, siente profundamente. En pocas palabras vive todo lo que el autor ideó con alevosía y luego, como un falsificador, de manera consciente o inconsciente, lo recrea.

Alevosía. Me encanta la palabra alevosía y lo que me recuerda. Y me parece adecuada para calificar con ella la manera en la que Juvenal Acosta (México D.F. 1961, Doctor en Letras y profesor de Literatura en California College of the Arts en San Francisco)  hace del El Cazador de Tatuajes, una metáfora de la lectura.  

La narración inicia en una cama de hospital. Julián Cáceres, profesor de literatura (no podría ser de otra manera) se encuentra atrapado en el calabozo de su cuerpo inerte e incomunicado con la realidad. El único recurso que tiene para afirmar su identidad es recordar las marcas indelebles, los tatuajes y las cicatrices que le fueron dejando las lecturas de su semiletrado pasado y cuatro mujeres (símbolos de sus cuatro puntos cardinales, cuatro ciudades, las cuatro estaciones de su vida, los cuatro elementos: aire, agua, fuego y tierra). Como Artemio Cruz, vencido por su cuerpo escucha voces, pero a Cáceres las voces le hablan de sí mismo: un producto de signos creados por Rilke y  Blake que recrea escenas de Greenaway y se descubre enamorado de una mujer, cuya violencia de orden intelectual, ha sido moldeada por Sade, Bataille y Klossowski. Julián es el seductor tercermundista, víctima de su miedo histórico, padeciendo la insoportable levedad de Kundera, recorriendo paisajes de Onetti y Borges y hasta nombrando a sus gatos en honor a López Velarde y Kierkegaard. Dividido entre realidades simultáneas distorsionadas, la poesía y el deseo contaminado, Julián explora temas profundos como la seducción, la identidad y la condición de exiliado tratando de entender su caída en el pozo más obscuro de la casi Isla fracturada de Ferlinhetti, donde asume que será devorado por las fallas geológicas de su propia geografía.

“¿Qué cosa es el cuerpo sino el problemático instrumento de nuestros instintos, nuestras necesidades y nuestros deseos?”

El cazador de Tatuajes es el primer libro de la trilogía, Vidas menores. La novela consta de 64 capítulos titulados, al igual que en la ópera, con la elocuente frase inicial. Desde su primer capítulo, el narrador en primera persona nos atrapa con una agilidad sorprendente, en las profundidades de su ser. Su lenguaje claro y directo, transita de lo sensual a lo soez mientras recorre con los sentidos la biografía sexual de un hombre cuyo único presente, es su pasado. Buscando la fusión de la prosa y la poesía, Juvenal Acosta utiliza con maestría la escritura del orgasmo, donde va alternando el lenguaje poético con una prosa filosófica que copula para engendrar una historia donde el cuerpo es una metáfora del mundo que decide cruzar la frontera hacia su lado obscuro. 

No es casualidad que Julián Cáceres, alter ego de Juvenal Acosta se proponga a escribir un estudio sobre la obra de García Ponce y su empeño se vea constantemente interrumpido por sus conquistas. Con alevosía el autor nos hace cómplices de la umbrosa vorágine de esta obra filosófica y erótica que a las claras se convierte en un homenaje al escritor yucateco de la Generación de la Ruptura.


Reseña publicada en la Revista TROPO a la uña 2018

El Cazador de Tatuajes
Juvenal Acosta
Tusquets
2004, 2017
 195p.

"Terciopelo Violento" de Juvenal Acosta

 

El caprichoso monstruo que nos crea

(o La ebriedad poética)

por Mariel Turrent Eggleton

 

Para sobrevivirse, cada uno construye con sus caprichosos sustantivos el pequeño imperio de su historia”.

 

Terciopelo Violento  es el segundo libro de la trilogía Vidas Menores, e inicia con un prólogo, que retoma el primer libro situándonos en el punto de partida: después de tres meses en el hospital, Julián Cáceres, regresa a su apartamento, se derrumba en su sillón y un chelo invocando a Bach, lo sumerge en el recuento de su vida. Aislado del mundo se entrega a la escritura de un manuscrito que llegará a manos de sus amantes, cuando decida abandonar definitivamente ese mundo.

Este libro es un libro para escritores, una metáfora de la escritura que seduce a los borrachos de ideas, enfebrecidos por plasmarlas. A los que buscan asir la quintaesencia sabiendo de antemano lo inefable de la empresa, pues cada historia escrita, no es más que una vida menor, un pedazo del monstruo: del Frankenstein que va inventando a su creador.

En el primer libro, el sexo abre las puertas de los universos internos y los personajes encuentran una parte de sí mismos desconocida, sin embargo en esta segunda parte, los personajes ya desnudos de toda apariencia, del sexo transitan al amor y al reencuentro.  La novela consta de tres partes  (diez, doce y diez capítulos respectivamente) en cada una de las cuales Acosta desarrolla un personaje diferente cuyas cuitas, van completando el rompecabezas de la historia principal: Julián, Marianne, La Condesa.

Abordando temas como la escritura, la muerte, el suicido y la pasión, el escritor no abandona ese tono seductor con el cual inició su trilogía, y valiéndose de un narrador que se va adentrando poco a poco en lo más íntimo de sus personajes – la narración poética de la situación de Julián, el diario erótico de La Condesa y la investigación obsesiva de Marianne para llegar a la raíz de los hechos– va zurciendo los retazos del pasado antes velado.

Con gran dominio del lenguaje, Acosta se muestra como un autor culto, capaz de hacer una reflexión filosófica y entretejerla poéticamente con una intriga y escenas perversas del más refinado erotismo. El capítulo diez, último de la tercera parte, le da sentido a toda la novela. Es una obra maestra per se. Un valioso texto de dieciocho páginas brutales, poéticas, magistrales, en las que Juvenal Acosta expone el estado extático que le provoca la escritura y se consagra como un escritor cuyos textos son considerados entre los más sensuales de la narrativa mexicana.

Juvenal Acosta (DF, 1961) en su calidad de poeta, ensayista y narrador de lo urbano, asegura que su ambiente natural son las urbes. Actualmente habita en San Francisco y comenta que ahora percibe más sexual a la ciudad de México que cuando la dejó en 1986. Para él, escribir es mentir de forma verosímil, explicarse a sí mismo, para entender sus propias obsesiones. Y lo hace en un estado de ebriedad poético, asegurando que si la escritura no se hace en la embriaguez física o espiritual, no vale la pena.

Publicado en la revista TROPO a la uña 2019
Terciopelo Violento
Juvenal Acosta
Tusquets
2003, 2017
 194p.

"La hora ciega" de Juvenal Acosta

                                                         Al final de La Trilogía Negra

por Mariel Turrent



“La vida no está en otra parte, y si lo está, no es en el futuro sino en el pasado”, dice Juvenal Acosta. Tal vez es por eso que me reencuentro en su libro, porque igual que uno de sus personajes, en una época de mi vida –ya me parece prehistórica– fui al cine Apolo, envié cartas de amor por la oficina de correos frente a Plaza Satélite y vi a escondidas “Almohada para tres”. A pesar de que en La Hora Ciega Juvenal Acosta profundiza en muchos temas (el erotismo, la sexualidad, la obsesión, el amor, la belleza, la vejez, la muerte, la inmigración, la transnacionalidad) hay uno que la unifica con el resto de la trilogía y es el de la memoria distante en la Ciudad de México de los años ochentas. Este último me acoge a mí, porque como Juvenal y sus personajes, yo también un buen día me marché de La Ciudad y dejé atrás esa vida que ahora casi no recuerdo y mucho menos añoro.

No. No me he cansado de leer a Juvenal Acosta. Me fascina su lenguaje poético y todas esas referencias que se refieren también a mí. Aunque confieso que esta vez, quise huir.

Y es que Acosta utiliza la literatura como una forma de catarsis: vacía en su obra todo aquello que de alguna manera lo condena y lo redime: lo sublime y lo nefasto, sus elegías y herejías, sus musas y demonios. Esto lo vemos con claridad en La Hora Ciega, que comenzó a escribirse en el 2004 pero fue abandonado un par de veces porque después del nacimiento de su hijo, el autor no quiso entrar de nuevo a ese “cuarto tan tétrico” que es la mente complicada de sus personajes perversos, Julián Cáceres y Ángela Caín. Sin embargo, después de veinte años, decide cerrar el ciclo terminando este libro con un collage de personajes alineados en dos historias paralelas que se entrecruzan con Ángela y Julián, a los que trata de evadir opacándolos con la niebla del oscuro ambiente que va tejiendo.

Por un lado un pintor expatriado, narra en primera persona, con un ritmo más lento e intimista, la relación erótica y sublime de su abuelo pintor con su modelo y musa, mientras la contrasta con la suya propia y la de Sarah, una estudiante que posa para él pero a sus espaldas transgrede los límites y cae en el abismo nefasto de la pornografía cibernética. Aquí el autor confiesa haber aprovechado para contar una historia que necesitaba contar (la de su propio abuelo) al mismo tiempo que nos plantea un personaje paralelo a Cáceres (otro alter ego suyo) pero al que rescata, esta vez, ofreciéndole una posibilidad más luminosa.

Paralelamente se desarrolla una narración de corte policiaco en tercera persona que nos va implicando en la vida corrupta y obscura de dos personajes: el galante teniente Román Fierro, (único policía del estado de Luisiana que leía poesía) y su amigo Lotremor (escritor argentino de novelas de detectives, íntimo amigo de Emil Ciorán).

Igual que en los libros anteriores, Juvenal Acosta hace alarde de su conocimiento citando a infinidad de autores, y dándonos una cátedra de ópera, música, cine, filosofía, pintura. Expone su visión acerca de temas que van desde el uso ya degenerado de los tatuajes, hasta la carcomida sociedad americana. Incluso se atreve a interrumpir la trama con lo que él llama un “mini ensayo” y a hacer intromisiones autorales con notas a pie de página para, en sus palabras, “recuperar el tono de meditación que exploró en el primer libro”.

Dividido en seis partes que a su vez se dividen en varios capítulos, la novela transcurre del erotismo más fino a la infecciosa putrefacción de la perversión y los crímenes sexuales.  Cada capítulo es una pequeña anécdota con un título elocuente. La trama no es tan evidente, pero se va tejiendo en la mente del lector que conoce el pasado de los personajes que la detonan. 

“Todo es pecado en esta ordinaria carnicería de los sentidos, todo es apetito voraz en la ebriedad de la hora ciega.”

Viví la trilogía de Vidas Menores como quién viaja descubriendo los insólitos territorios de un mismo continente. Recorrí encantada valles con destellos románticos y temerosa los abismos más obscuros. En ocasiones, quise mantener cierta distancia, pero las más, me vi sumergida en las pasiones más delirantes de su erotismo. No lo puedo negar, en algunos pasajes me sentí perdida y en otros aceleré el paso, inútilmente, buscando a Julián y a la Condesa. Y es que la obra de Juvenal Acosta no es un territorio plano y predecible, sino un camino plagado de claroscuros con diferentes técnicas narrativas que procura un estilo desconcertante, donde el lector no siempre encuentra lo que espera.

 

Publicado en la revista TROPO a la uña 2019
La Hora Ciega
Juvenal Acosta
Tusquets
2017
 307p.

 

                                                                                                                                                            

 

 

 

 

Salinger: radiografía del desánimo

 por Mariel Turrent


Goddam money. It always
ends up making you blue as hell.


Me encanta que me cuenten historias, pero me gusta más que alguien me cuente una historia suya. Cuando tuve en mis manos “El guardián entre el centeno” de J.D. Salinger, el título me hizo pensar en uno de esos pueblos rurales de Estados Unidos. Para mi sorpresa, la historia nos hace recorrer las calles de Manhattan de la mano de Holden Caufield, un estudiante que, como el autor, es hijo de una familia acaudalada de Nueva York, expulsado de varias escuelas y con un historial problemático. La historia nos muestra una época de angustia y conformismo propia de la Guerra Fría, y la confusión de una juventud que lejos de desaparecer se ha intensificado a medida que el mundo cambia a pasos agigantados, abriendo aún más la brecha generacional.

Aunque el libro apareció en 1951, podemos reconocer en su personaje a un joven actual, apático e indiferente que cuestiona y se cuestiona, que es capaz de provocarnos con su rebeldía, enredarnos en esa depresión que lo vuelve obsesivo e incluso enternecernos con su inocencia. Caufield no sólo cuenta su historia y lo que le sucede en un par de días que transcurren a partir de que lo expulsan de la escuela, sino que reflexiona sobre sí mismo y su entorno dándole perspectiva.
Con un lenguaje fluido y franco, y un personaje descaradamente abierto, Salinger –murió en enero de este año, justo después de haber festejado sus 91 años - convierte a Holden Caufield en el antihéroe de la literatura estadounidense, causando todo un suceso positivo. Sin embargo su culto se vuelve trágico en la mente enferma y fanática de David Chapman, quién tras haber asesinado a John Lennon declara haberse inspirado en la novela para cometer su crimen.
Tras haber vendido más de 60 millones de ejemplares en el mundo “El Guardián entre el Centeno” sigue vivo entre los jóvenes, quienes en las frases de Holden encuentran aquello que los explica a sí mismos, el espejo que refleja el interminable sinsentido de la vida, un laberinto del que no se puede huir. Es un libro para los que son y fueron jóvenes y para todo aquel espectador como Holden, que a pesar de su gran sensibilidad, no logra permear los sentimientos al alma.
Después de haber publicado cuatro libros y logrado fama mundial, J. D. Salinger, decidió ocultarse del mundo por más de cincuenta años y no volver a publicar. Tal vez había dicho todo lo que tenía que decir en la voz de ese adolescente al que sentí muy cerca y me hizo reír, pero también llorar. Quizá todo estaba dicho para aquellos a los que nos gusta que nos cuenten historias.

Mariel Turrent Eggleton
REVISTA NECTAR diciembre 2010

El amor y la ficción autobiográfica de Mario Vargas Llosa

 por Mariel Turrent


El género novelesco
no ha nacido para contar verdades,
pues estas al pasar a la ficción,
se vuelven siempre mentiras.


Soy una enamorada de las novelas de Mario Vargas Llosa. He disfrutado cada frase de sus textos con placer y complicidad. Con pasión. Aunque ya mucho se ha escrito sobre él, le dedico este espacio al autor del boom latinoamericano que recientemente recibió el Premio Nobel de Literatura.
Sus novelas han recorrido diversas ciudades, revoluciones y formas de rebelión del hombre, siempre con humor, sátira e ironía. Al mismo paso que va hilando relatos de aventuras que seducen y hechizan al lector, provoca con su inigualable estilo una espontánea combustión de sensaciones. Sus personajes al ser creados se convierten en arquetipos inolvidables de excesos, cursilerías y truculencias (cómo olvidar a Pedro Camacho el folletinista radiofónico, al erótico Fonchito provocando inocentemente a su madrastra, o al mismísimo Pantaleón Pantoja y sus sexoservidoras) con los que, como un niño travieso, señala la hipocresía, la eterna lucha entre la verdad y la mentira, el nacionalismo, la perversión política y el abuso del poder.
El amor ha sido también un tema recurrente: En La tía Julia y el escribidor, narra su primera aventura matrimonial con su tía; en Los Cuadernos de Don Rigoberto, el amor está personificado por el erotismo y la imaginación; y hasta en La orgía perpetua, (un ensayo sobre Madame Bovary) habla sobre el amor que convierte a Flaubert (su autor) en un apasionado y atormentado amante del lenguaje. Sin embargo, no es sino hasta Travesuras de la niña mala que por primera vez el amor es sentimental y central en el desarrollo de la novela.
Pero el amor de Vargas Llosa no es el amor romántico del siglo XIX, sino un amor actual que surge de su realidad, de aquella revolución de los sentimientos que el autor vivió en el Londres de los setentas. Un amor que tiene muchas caras y corresponde a la idiosincrasia, psicología, cultura, sensibilidad e imaginación de cada cual, reconociendo la diversidad sexual con menos prejuicios.
Sus novelas basadas siempre en algo que conoció y vivió de cerca, son collages autobiográficos que se convierten en la verdad de la mentira en el intento de plasmar una versión total de la historia, con sus pasiones, fantasmas y motivaciones más profundas, que en la realidad imperfecta y parcial se desconocen. Y es precisamente a través de esta memoria mezclada con fantasía, de esta tergiversación de la realidad que Vargas Llosa logra contar una historia de nuestra época que los historiadores nunca podrán contar.

Mariel Turrent Eggleton
REVISTA NECTAR diciembre 2010

"La sangre erguida" de Enrique Serna

 por Mariel Turrent


Se puede lograr un buen polvo manteniendo la conciencia alerta y los pies en la tierra, como un escritor con oficio puede crear una buena página por encargo, pero los polvos inolvidables, los grandes poemas de la sangre erguida son hallazgos milagrosos del instinto, pasaportes a la gloria que la inspiración o la fe descubren por accidente.

Enrique Serna La Sangre Erguida



Aunque se le ha calificado como un “rapidín mañanero muy disfrutable”, La Sangre Erguida de Enrique Serna es una reflexión sobre la conexión entre el sexo y el amor; una filosa crítica al poder que se la ha dado al pene y al desempeño sexual en nuestra sociedad.
Con una prosa precisa y un manejo magistral del conflicto, Serna hace avanzar el relato manejando con oficio el arte del suspenso. Instigando la curiosidad del lector y arrancándole una que otra carcajada lo va enganchando en cada capítulo, para justo antes de llegar al clímax, soltarlo y empezar otra historia.

Declarado un autor irreverente al que poco le importan las citas pretenciosas o las referencias cultas se divierte haciendo copular al hablar áspero y crudo de los catalanes con la fuerza expresiva de los argentinos. En esta promiscuidad de lenguajes que le da vida a su narración logra que cada personaje se exprese en su jerga utilizando los regionalismos para enriquecer la novela.

El relato se desarrolla en tres planos narrativos con tres cuarentones que coinciden en diferentes momentos de la novela: Bulmaro Díaz, un mexicano manipulado por una soberbia dominicana y dominado por el apetito voraz de su pene; Juan Luis Kerlow, pornostar argentino que controla sus erecciones con el poder de su mente; y Ferrán Miralles, español donjuanesco e impotente que descubre el Viagra.

“Reflexioné mucho sobre la pornografía no condenándola en nombre de la moralidad sino en nombre del placer, pues el deseo frustrado es un mal que puede tener consecuencias funestas…”

En su obra el autor no intenta contar una historia ligera, sino que propone recuperar el misticismo de la entrega amorosa, para no ser víctima de esta sociedad iberoamericana tan falocéntrica que exacerba deseos que la mayoría de las veces no se pueden satisfacer.

Galardonada con el Premio de Narrativa Antonin Artaud 2010, por su erotismo y sentido del humor La Sangre Erguida se lee rápido y con la sonrisa en la boca pero al final nos queda una experiencia excepcional y una síntesis ejemplar de la obra del autor.

Mariel Turrent Eggleton
Revista Nectar Enero 2011