La anatomía poética
de Alberto Hernández
por Mariel Turrent
Hace veinte años
exactamente, escribí un minúsculo texto para Tierra de la que soy de
Alberto Hernández. En ese texto ya hablaba yo de sus metáforas inesperadas que
nos regresan al origen. La poesía es uno de los centros fundamentales en la
vida de este escritor, sin la cual sería imposible entender su otra motivación:
sus hijos y sus nietos.
Hoy, veinte años después, el vate, nuevamente, nos habla de la
existencia, pero a través de aquello que nos hace estar, aquí y ahora: el
cuerpo. Accidentes del cuerpo es la evidencia; la poesía anatómica de
nuestro paso por esta vida. El cuerpo como axioma del pasado, un territorio
erosionado que se vuelve el único testigo de aquello que hemos sido en el
tiempo.
Los talones saben esperar
Por años sostienen esqueletos y carne
Que habrá de darle cuentas al silencio
En este maravilloso poemario, el sistema complejísimo que habitamos hecho
de carne y huesos, conversa consigo mismo en silencio. Las dolencias como
metáfora nos recuerdan el rigor que le ha tocado vivir a Hernández y cómo la
palabra poética ha sido su única herramienta para respirar y asir con todas sus
fuerzas esos sueños que le tratan de arrebatar.
“La piel es tan bondadosa que nos cubre de la desnudez de la muerte”,
dice el vate. La piel, los labios, la nariz, los ojos… cada parte de nuestro
cuerpo transmite su testimonio y se convierte en un personaje en el que encarna
la poesía dando voz a la existencia.
Alberto Hernández da vida a este mundo de células que nos compone y a cada
uno de sus miembros los hace recapacitar, temblar y burlarse, como lo hace su
lengua.
“A esta edad, no tengo más atmósfera que la
poesía: lectura y escritura para refundarme, para refundar el entorno donde habito”,
dice Alberto Hernández. Y es que, para él, esta manifestación estética de la
palabra es una eterna zozobra, pero también el gozo que le impide claudicar.
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